María, modelo del evangelizador contemplativo

María, modelo del evangelizador contemplativo

María es la evangelizadora contemplativa y silenciosa de la Buena Nueva. Simplemente por la presencia de Cristo en ella, lo hace presente también para los demás:

“En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz dijo: ‘¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí?’” (Lc 1,41-43)

Como en María, Jesús vive también en nosotros y espera que lo compartamos con todos los que encontremos. Cada uno de nosotros debe ser una señal, una imagen viva del misterio de la presencia de Cristo.

María nunca dudó. Confiando en que Dios sabía lo que hacía, simplemente dijo: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Esta debe ser la primera cualidad de todo evangelizador: la disponibilidad para acoger la voluntad de Dios.

Como María, debemos escuchar en silencio, atentos al mensaje divino. También debemos estar en camino, pues el evangelizador no se queda quieto. Pensemos en los viajes de María: a casa de Isabel, a Belén, a Jerusalén, a Egipto y de nuevo a Nazaret. Más tarde, acompañó a Jesús en su vida pública, en el camino de la cruz y hasta la tumba. ¿Cuántas “Isabeles” encontró María en su camino? ¿A cuántos se apresuró a ayudar?

En Nazaret, María es el reflejo de la importancia de evangelizar a través del testimonio de vida. Pablo VI lo expresó así:

“En su pequeña aldea, María, José y Jesús irradiaban, de una manera sencilla y espontánea, su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve. A través de este testimonio sin palabras suscitaban interrogantes en los corazones de los que los veían: ¿Por qué son así? ¿Qué es lo que los inspira? Este testimonio constituye ya una proclamación silenciosa, pero clara y eficaz de la Buena Nueva… el acto inicial de la evangelización” (Evangelii Nuntiandi 21).

Muy a menudo lo silencioso, lo amable, lo oculto y lo común parecen pasar desapercibidos. Sin embargo, María nos enseña que en lo pequeño y oculto puede habitar lo más grande. Ella es la pionera de la evangelización, la primera en traer al mundo la presencia nueva de Dios.

El Reino de Dios es como un diamante escondido en la arena, silencioso como la noche estrellada, tan discreto como una semilla que brota. María nos muestra que el amor de Cristo en nuestro interior puede ser más poderoso que cualquier fuerza del mundo, si como ella decimos: “Hágase en mí según tu palabra”.

La Iglesia, los cristianos, el Cuerpo de Cristo, “cubiertos con la sombra del Espíritu Santo” como lo fue María, están llamados a contemplar, redescubrir y compartir la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del misterio de Cristo.

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