¿Por qué cantamos? Volver al encuentro que da sentido a nuestro servicio

¿Cuántas veces hemos servido en la Iglesia con nuestra música, con nuestros cantos? Muchas veces nos hemos esforzado en mejorar nuestras técnicas musicales, renovar nuestros repertorios y perfeccionar la calidad del sonido que tenemos a disposición. Sin embargo, quizá muy pocas veces nos hemos detenido a reflexionar sobre el motivo de todo lo que hacemos.

Vemos que es urgente que alguien cante, que alguien ejecute un instrumento o anime una reunión, y nos olvidamos de lo que es vital para poder hacerlo bien.

En nuestro servicio como músicos —y también en nuestra vida cotidiana— debemos distinguir los asuntos urgentes de los asuntos vitales.

  • Los asuntos urgentes son los que necesitan una solución inmediata, porque de otra manera todo, o todos, podrían salir mal.
  • Los asuntos vitales son los que dan vida a lo que hacemos, y eso incluye también a los asuntos urgentes.

Un tema vital en nuestro servicio como músicos es cuestionarnos:
¿Por qué hago lo que hago? ¿Por qué le dedico tiempo a esto que a veces nos pone en aprietos?

Después de responder en forma personal a estas preguntas, vale la pena preguntarnos si lo que nos impulsa es lo mismo que motivó a los profetas en su tarea de anunciar y denunciar. ¿Es lo mismo que impulsó al profeta Daniel a cantar aun en medio de las llamas? ¿Es lo que motivó a María a entonar el Magníficat cuando visitó a su prima Isabel?

Recordemos el texto que relata la vocación del profeta Isaías. En el capítulo 6, desde el versículo 1 al 4, encontramos la teofanía, la manifestación de Dios: Isaías ve al Señor.
En el versículo 5, Isaías presenta su problema: se reconoce pecador ante la grandeza divina.
Luego, entre los versículos 6 y 7, Dios mismo interviene y lo purifica.
En el versículo 8, Dios lo llama, e Isaías responde con un inmediato y definitivo.
Finalmente, los versículos 9 y 10 presentan la misión.

Este mismo esquema lo encontramos en el Evangelio de Lucas, en el relato de la anunciación.

  • Teofanía: el ángel saluda a María y le comunica su misión (Lc 1,26–33).
  • Dificultad: María plantea su duda (v. 34).
  • Intervención divina: el ángel responde y da garantías (vv. 35–37).
  • Respuesta: el fiat de María, su “sí” (v. 38).

¿Qué podemos aprender de estos relatos?

Notemos que en ambos casos, todo comienza con una experiencia de Dios.
Esto es fundamental en la vida de quien quiere servir a Dios y, más aún, en la vida de quien desea cantar y hacer cantar a la comunidad.
Debemos preguntarnos con sinceridad:
¿Cómo es mi experiencia de Dios? ¿He tenido un encuentro profundo con Aquel a quien canto? ¿Me he dejado anunciar por el ángel como María? ¿He visto al Señor sentado en su trono como Isaías? ¿He escuchado a los serafines proclamar: “Santo, Santo, Santo”?

Dios nos necesita, te necesita a ti, para que muchas personas puedan conocerlo a través de nuestros cantos, de la música que Él mismo nos inspira. Pero para eso, primero necesitamos conocerle a Él.
Dios necesita músicos que se dejen llenar de su presencia, sanar por su amor, y solo entonces, ser enviados a servir con la música.

El encuentro del hombre con Dios muchas veces genera confusión: nos hace reconocernos pequeños, indignos, como Isaías: “¡Ay de mí, estoy perdido, soy un hombre de labios impuros!”
Pero Dios no se queda en nuestro «ay», tampoco en nuestras limitaciones.
Él se acerca, nos purifica y se glorifica en nuestra pobreza.

Como dijo María:
«Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí.»

Es imprescindible encontrarnos con Dios, no solo una vez, sino cada día.
Dios sigue llamándonos, cada mañana. Él pronuncia tu nombre y espera tu respuesta, como la de Isaías: “Heme aquí, Señor”, o como la de María: “Hágase en mí según tu palabra.”

Si alguna vez le dijimos que sí, debemos recordar que Su Palabra es eterna. Su llamado no caduca. Él sigue hablándonos hoy, y espera una respuesta actual.

Los invitamos hoy, en su presencia, a dejarnos encontrar por Él.
A permitir que nos salude, que el poder del Altísimo nos cubra con su sombra.
Los invitamos a contemplar al Todopoderoso en su trono excelso, rodeado de serafines, y a dejar que Él toque nuestros labios con su amor ardiente, purificándonos para la tarea a la que nos llama.

Pongámonos hoy en su presencia. Dejemos que su amor nos inunde para que, como María, podamos cantar y hacer cantar a nuestros hermanos:

“Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava…”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *