¡Id!: La urgencia del mandato misionero

El cristianismo es un llamamiento al estudio, a la oración y a la santidad. También es un llamamiento a “ir” y a “llevar a los demás” los frutos de ese estudio, de esa oración y de esa santidad.
El verbo ir aparece más de 1.500 veces en la Biblia, y más de 200 en el Nuevo Testamento. Veamos algunos ejemplos del Evangelio según San Mateo:

  • Ve a reconciliarte con tu hermano (5,24).
  • Ve dos millas con el que te obligue a andar una (5,41).
  • Ve en lo secreto a tu aposento y ora (6,6).
  • Id a la otra orilla (8,13).
  • Id a las ovejas perdidas (10,6).
  • Id proclamando que el Reino de Dios está cerca (10,7).
  • Id y contad a Juan lo que oís y veis (11,4).
  • Ve y vende lo que tienes (19,21).
  • Id y, a cuantos encontréis, invitadlos (22,9).
  • Id, mirad que yo los envío como ovejas en medio de lobos (10,16).
  • Id y haced discípulos a todas las gentes (28,19).

La tarea de hacerse eco del mandato constante de “ir siempre” es como la de un ingeniero espacial que aprieta el botón que lanza al espacio a los astronautas y su cohete. La diferencia está en que, para nuestra tarea, se necesita un impulso aún mayor.
Nuestro cometido es más grande que enviar una nave a la luna: trabajamos para activar a toda la Iglesia en la misión de enviar directamente al Cielo a la mayoría de la humanidad.

Para ello, se necesita un impulso enorme. El primer impulso que recibió la Iglesia vino del mismo Espíritu Santo. Apenas amaneció el día del primer Pentecostés, todos sus apóstoles estaban ya por las calles convirtiendo y bautizando; y aquel día se les unieron unas tres mil almas.

Jesús jamás dudó de la urgencia de su misión. Cuando era solo un niño expresó: “Debo ocuparme de los asuntos de mi Padre” (Lc. 2,49).
Y cuando, con una parábola, describe la misión que quiere compartir con nosotros, encontramos ese mismo sentido de urgencia:

“Sal enseguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres, lisiados, ciegos y cojos… Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa” (Lc. 14,21.23).

Un ángel habló con la misma urgencia a las mujeres que asombradas veían el sepulcro vacío: “Id enseguida a decir a sus discípulos que ha resucitado… Ya les he dicho” (Mt. 28,7).
Estas últimas palabras parecieran significar: “No hay excusa alguna: ¡ID!”

La tarea es de tal urgencia que no hay excusa, por más válida que parezca: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios” (Lc. 9,60).

En Redemptoris Missio, el Papa san Juan Pablo II da su respuesta personal a esta urgencia del momento, diciendo:

“…lo que más me mueve a proclamar la urgencia de la evangelización misionera es que esta constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cual… parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la misma existencia” (RM 2).

Los primeros cristianos trabajaron con un fuerte sentido de urgencia: “Y no cesaban de enseñar y de anunciar la Buena Nueva de Cristo Jesús cada día en el Templo y por las casas” (Hch. 5,42).

Así pues, debemos IR:

  • IR con Dios: “La mano del Señor estaba con ellos, y un crecido número recibió la fe y se convirtió al Señor.”
  • IR con la Palabra: “¿No es así mi palabra, como el fuego, y como un martillo que golpea la peña?” (Jr. 23,29).
  • IR con valentía: “No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rm. 1,16).
  • IR con los demás: El éxito de la evangelización de todas las gentes inició cuando doce apóstoles se reunieron para orar en la mañana del primer Pentecostés. Y juntos debemos trabajar hoy para continuar y completar esa labor.

Pero al IR en todas estas formas esenciales, debemos también IR EN SEGUIDA.
Somos anunciadores de primicias (Is. 41,27), heraldos de la salvación.

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