Aunque no se les ocurriría aplicarse ese título a sí mismas, las buenas madres católicas son evangelizadoras de primera.
Margaret Magner Hahn enseñó a rezar a sus seis hijos tan pronto como aprendieron a hablar, y los hacía cantar «La Fe de nuestros Padres» y «María Inmaculada» antes de que fueran al jardín de infantes. Puesto que lo demostraba con toda claridad, ninguno de sus hijos tuvo jamás la menor duda de que para Margaret era sumamente importante tener una estrecha relación con Dios.
Cuando el marido de Margaret murió, ella comenzó a trabajar y a asistir a la universidad al mismo tiempo. Sabía que solo con un título universitario podría ganar lo necesario para brindar a sus hijos la «buena educación católica» que deseaba para ellos. Cuando todos sus hijos terminaron de estudiar, se jubiló y dedicó su tiempo con gran entrega a la Legión de María. Margaret murió repentinamente en 1989, después de una operación al corazón que parecía haber sido todo un éxito.
Cuando era joven, uno de sus hijos, Jerry, estudió teatro y arte, pensando que su futuro estaba en esa dirección. La inspiración que le provocaba la vida de fe de su madre lo llevó a reflexionar sobre qué era lo más importante en la vida, y pronto sus pensamientos se centraron en la Eucaristía. Hoy el padre Jerry Hahn sirve en una comunidad eucarística en New Jersey, EE.UU.
Margaret jamás habría pensado que era una evangelizadora, pero el padre Jerry no tiene la menor duda al respecto.
¡La persona más importante del mundo es la madre!
Ella no puede atribuirse el honor de haber construido la catedral de Notre Dame. No necesita hacerlo. Ella ha construido algo más colosal que una catedral: la morada de un alma inmortal.
Los ángeles no han tenido tal gracia. No pueden compartir el milagro creativo de Dios de llevar nuevos santos al cielo. Esto solo lo puede hacer la madre de un ser humano. Las madres están más cerca de Dios Creador que ninguna otra criatura. Dios se une a las madres para realizar este acto creativo.
En este mundo de Dios, ¿qué cosa puede haber más gloriosa que ser madre?
— Joseph Cardinal Mindszenty