El encuentro que transforma el corazón
Esta meditación se inspira en el relato de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-32), un pasaje profundamente humano y espiritual que nos invita a reconocer a Cristo en medio de nuestras propias realidades.
Iban dos discípulos conversando —en realidad, discutiendo— sobre los acontecimientos recientes. No había paz en su corazón. Y de pronto, Jesús se hace presente y camina junto a ellos.
Él ya había sido glorificado: su presencia era la de Dios y la de Hombre.
Cuántas veces también nosotros, absorbidos por las preocupaciones, la rutina o el dolor, no reconocemos que el Señor camina a nuestro lado. Su Amor sigue viniendo a nuestro encuentro, incluso cuando nuestros ojos no logran verlo.
Dios es Amor
Recordemos lo que nos dice la Escritura:
“Dios es Amor”
1 Jn 4,8
Él quiere llenar nuestro corazón con su presencia para que aprendamos a tener sus mismos sentimientos y a vivir su misericordia.
Pero a veces tenemos una imagen equivocada de Dios: lo vemos lejano, castigador, severo. Nos cuesta creer que pueda amarnos gratuitamente.
Sin embargo, Dios no busca castigarnos. Quiere salvarnos, sanarnos, abrazarnos con ternura. Su Amor no se compra: se acoge.
Una historia para reflexionar
Un pintor trabajaba al aire libre, acompañado de su ayudante. En una ocasión, al terminar su obra en lo alto de una montaña, retrocedió para admirar su cuadro, sin darse cuenta de que se acercaba al precipicio.
Su ayudante, viendo el peligro, arrojó un pincel al lienzo. El pintor, sorprendido, giró y así se salvó de caer.
Dios actúa muchas veces así: permite que algo interrumpa nuestros planes para salvarnos de un peligro mayor. Su Amor siempre busca nuestro bien, incluso cuando no lo entendemos.
El amor que llama al regreso
Dios respeta nuestra libertad, pero no deja de llamarnos.
Nos desviamos del camino porque somos débiles.
El pecado nos aleja del Amor, pero Dios, rico en misericordia, nunca deja de invitarnos a volver.
Nos preguntamos:
¿Dónde está Dios en medio de la pandemia, del dolor, del encierro?
Y quizás olvidamos que, poco a poco, lo fuimos alejando de nuestras vidas: con guerras, ambición, injusticia y desamor.
Aun así, Dios no se cansa de esperarnos. Nos dio a su Hijo para nuestra salvación. Él es el Amor que no se rinde.
Redescubrir el sentido del bien
Hoy la conciencia del pecado parece haberse debilitado.
Lo “común” se confunde con lo “bueno”, y lo verdaderamente bueno pasó a considerarse algo “extraordinario”.
Pero volver a Dios significa redescubrir que Jesús es el don del Padre, que nos eleva por encima del pecado y nos conduce a la plenitud.
Retirar la piedra del sepulcro
En la Pascua de la Resurrección, celebramos que Jesús ha vencido la muerte.
Pero esa victoria solo se hace real cuando quitamos la piedra de nuestros propios sepulcros.
Cada uno tiene que reconocer qué lo separa de la vida nueva: el miedo, la tristeza, el egoísmo, la falta de fe.
Solo cuando retiramos esa piedra, podemos descubrir que Jesús vive y camina con nosotros, como con los discípulos de Emaús.
Un llamado universal
Vivimos un tiempo excepcional. El mundo entero atraviesa la misma prueba.
Dios, en su infinito Amor, nos ofrece esta oportunidad para volvernos a Él, para recuperar lo esencial.
Como los discípulos de Emaús, muchas veces no lo reconocemos hasta que parte el pan con nosotros.
Cuando abrimos los ojos, descubrimos que su Espíritu está encendiendo en nosotros un fuego nuevo.
Fuego del Espíritu y vida comunitaria
Ese fuego interior es la presencia del Espíritu Santo, que nos concede sabiduría, discernimiento, templanza y fortaleza.
Él es quien nos vivifica en la dificultad y nos sostiene en la tentación.
La invitación es hoy: ser personas nuevas, dar respuestas de santidad en medio del mundo.
Y como no podemos hacerlo solos, Cristo nos inserta en su comunidad, la Iglesia, su Cuerpo, donde encontramos fortaleza, ayuda fraterna y consuelo.
Caminar juntos
La naturaleza también nos enseña.
Dicen los pastores que el lobo nunca ataca mientras las ovejas están juntas: espera a que alguna se aleje.
Cuando pierde el contacto con el rebaño, se paraliza y cae fácilmente en las garras del enemigo.
Así sucede con nosotros: la vida comunitaria es un don precioso de Dios.
No se trata de ser iguales, sino de mirar todos hacia el mismo Pastor.
Unidos en torno a nuestros pastores, trabajemos con amor, humildad y tolerancia, sembrando el Amor de Dios y llevando un mensaje de Esperanza y Salvación a quienes aún no lo conocen.
Conclusión
Jesús sigue caminando con nosotros, aun cuando no lo vemos.
Pidamos al Espíritu Santo que encienda en nuestros corazones el fuego del Amor divino, para reconocer su presencia y salir, como los discípulos de Emaús, a anunciar con alegría que el Señor vive.

