Anunciar la Buena Nueva con respecto al pecado
Podríamos preguntarnos ¿Cómo hizo San Juan Bautista su anuncio: ‘He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’? (Jn.1,29)
No creo que haya sido en un tono triste en anuncio de su Buena Nueva.
Por años estuvo en el desierto proclamando con todas las fuerzas la penitencia y la conversión (Lc3,3). Lo cual significa que cuando acudían a él de Jerusalén de toda Judea y toda la región de Jordán (Mt.3,5), Juan se encontró cara a cara con todas las debilidades más profundas de la humanidad, con todo el dominante poder de las pasiones humanas, todas las ramificaciones del egoísmo y todos los pecados del hombre.
Excepto Jesús, probablemente no ha habido mejor predicador que San Juan, y a sus palabras añadió su vida heroica de oración y penitencia. Pero ello no era suficiente. Herodes y muchos fariseos, entre otros, se opusieron a él mientras que otros lo escuchaban son responder pues no les interesaba la victoria sobre el pecado, sino que no se supieran los suyos. Juan sabía que incluso muchos de los que se arrepintieron y aceptaron el bautismo corrían el grave peligro de volver a las andadas.
Llegó entonces el momento. Juan ve a Jesús venir hacia él y dice: “‘He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’… he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel. … yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios” (Jn.1,29-35) La misión del bautista era justamente reconocer al Cordero sin mancha, que quita el pecado del mundo. En cuanto anunciador de esta Buena Nueva, evangelizador, por tanto, el mensaje se refería plenamente al pecado.
Necesariamente la evangelización nos lleva a todos a la esfera del pecado. La Buena Nueva que traemos con respecto al pecado es la noticia que el mundo más necesita oír.
En el mundo las malas noticias sobre el pecado son las que dan pie a los titulares de los periódicos. Solo el evangelizador trae esperanza y luz a este mensaje de pesimismo cuando habla de la Buena Nueva con respecto al pecado, de ese pecado que por sí solo llena los medios de comunicación social. Y lo hace siendo eco del mismo grito de alegría de Juan el Bautista: el Cordero de Dios ha venido para lavarnos de todos nuestros pecados. En otras palabras, no importa cuán débiles nos sintamos, cuál sea la causa o el número de nuestros pecados pasados, es posible experimentar la victoria sobre el pecado.
[Cristo] El mismo que, sobre el madero llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia, con cuyas heridas habéis sido curados. Erais como ovejas descarriadas, pero habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas.” (1Pe.2, 24-25)
Ante las situaciones de pecado el evangelizador muestra el camino en Jesucristo y emplea sus mismas palabras para dar la buena nueva: “En verdad, en verdad les digo: todo el que comete pecado es un esclavo. [Pero] Si el Hijo les da la libertad, serán realmente libres” (Jn.8,36) Todo esclavo lleva a cuestas una pesada cadena de sólidos eslabones de miedo, inseguridades, dudas de sí mismo, malos recuerdos, cólera, auto recriminaciones, relaciones deterioradas, vanidades y una abrumadora tristeza simplemente por ser tan débil.
Cuando Jesús comenzó su misión, la primera noticia que dio hablando de la buena nueva fue: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y…para dar la libertad a los oprimidos” (Lc.4,18)
Así pues, la Buena Nueva no está en que hayamos pecado sino más bien en que a pesar de que hayamos pecado, Jesucristo nos ha devuelto la libertad para volver a ser bellos, bondadosos y generosos, seguros y cariñosos, humildes y satisfechos, clementes y tolerantes –seres que es un placer conocer y que es más placentero tener por amigos porque sus pecados son cosa del pasado.
La Navidad no es simplemente el relato de un bebé inocente en brazos de una Madre Inmaculada. Es la proclamación de que en esta imagen de santidad intachable estamos todos llamados a volver a la inocencia, felicidad por demás satisfactoria y que está perfectamente a nuestro alcance.
La evangelización es la gozosa proclamación de esta Nueva Santidad y la estimulante libertad que trae consigo, una libertad y una belleza de hijos e hijas de Dios, con un gran parecido a Jesucristo, nuestro hermano.
Se trata realmente de una Buena Nueva que merece ser proclamada a toda voz desde lo alto de los terrados, una noticia que todo el mundo necesita oír cueste lo que cueste.